Monday, September 04, 2006

Sobaco Experience I : Ron Jeremy no existe, nosotros lo inventamos y se murió en el intento





Ron Jeremy. Gordo, ya casi calvo, grandes ojos azules. Feo como tu, como yo. Sin embargo, se come a las mejores minas que se le ponen enfrente, y no por placer, sino por trabajo. Su pega es el follar, manosear, lamer y acabar sobre cualquier parte de la nena frente a una cámara filmadora. Lleva en su historial fílmico mas de 700 películas, de las cuales la mayor parte son triple x.

Este es Ron Jeremy. Un tipo común y corriente que se hizo famoso de la noche a la mañana, pues con su fealdad y gordura representaba al hombre simplón y sin alegrías que de repente se ve con la suerte de poder “doblarlo” con la jefa de las porristas. Y aunque no lo crean sus inicios en el mundo del cine se hizo bajo el anonimato, pues Ron actúo en 1973 en la clásica cinta “Jesuschrist Superstar”. Sí, señores, estamos hablando de un tipo que no le teme al ridículo ni ha pasearse por lugares reservados para los pulcros de mente y cuerpo, como lo hizo una temporada trabajando para la Disney, disfrazado e irreconocible en una serie infantil (¿Será por casualidad “Dinosaurios”?). En fin, si siguiéramos enumerando sus logros no nos cabría en una revista, así que por eso decidimos entrevistarlo.

Buscarlo fue todo un evento. Razones, muchas, pero con tres basta:

1- Estamos en Chile, él en EE.UU.
2- Ninguno de nosotros se puede pagar un pasaje en avión (con estos miserables sueldos que estamos recibiendo no alcanza ni pa’ la micro)
3- Ron Jeremy ni siquiera sabe de nuestra existencia.

Así que nos salió más barato pagarle a alguien para que se hiciera pasar por él y nos diera sus posibles respuestas a nuestras interrogantes latentes que le íbamos a hacer a nuestro querido Ron Jeremy. Y qué mejor para responderlas que un fans de él, un ñoño del porno, en simples palabras: Un depravado capaz de estar masturbándose todo el día viendo gemir a esas gatitas de silicona. Sin embargo, y a pesar de recibir el dinero gustoso (equivalente a una promoción completo-bebida), no quiso que reveláramos su identidad. Así que le dijimos que bueno. Algo de respeto tenemos.

La entrevista Parte 1

Nos encontramos en la casa del tipo en cuestión, pues él no puede alejarse mucho de su casa por una orden médica. Nos sentamos y le explico lo que tiene que hacer. Me responde que entiende, que lo tiene todo claro. Prendo la grabadora entonces y lanzo la primera pregunta:

Como estrella del porno internacional imagino que tendrás una posición sexual favorita.

¿Quién? ¿Ron Jeremy o yo?

Paro la grabadora y le explico con suma calma pedagógica de nuevo lo del simulaje, que debe hacerse pasar por Jeremy, creérsela y todo eso. “Ya”, me responde.



La entrevista parte 2

Prendo de nuevo la grabadora y repito:

Como estrella del porno internacional me imagino que debes tener alguna posición favorita.

Oh, sorry, but I don’t understand your language.

Debo detener nuevamente la grabadora. Este tipo es realmente un imbecil. Ya ha arruinado la entrevista dos veces e insiste en mantener en su alerdado rostro una viscosa sonrisa. Me deshago en explicaciones por segunda ocasión y le digo que esta bien que se crea el cuento, pero que no me hable en inglés, que hasta el mismísimo Ron trataría de responder en mi idioma, que en Chile se habla español y por lo mismo en la revista se escribía en aquel lenguaje, por que si no nadie nos entendería. “Ya, démosle”, me responde e intentamos proseguir con la entrevista. Ante la arremetida con la primera pregunta mi acompañante se puso a divagar elogiando su cuerpo, su vigorosidad y su gran falo. Si, eso dijo. Bueno, es lo que esperábamos: que se creyera el cuento, pero no me esperaba que él mientras hablaba y respondía a todas mis preguntas, su mano derecha lentamente comenzara a desplazarse hacia su entrepierna. Trate de evitar mirar tal acto, pero la repugnancia se apodera de mi, no digo nada y solo quiero retirarme. Le digo que eso es todo, que muchas gracias, que le regalo un ejemplar de la revista con su entrevista y todo eso. Se levanta del asiento y una notoria erección me despide en la puerta de entrada. Salgo y la puerta se cierra. Camino hacia mi casa, mientras reviso lo grabado. Nada sirve. Lo borro, lo desecho. Gracias por nada, guatón pajero. Gracias por nada, Marcelo.

El Funeral*


Y es así como veo tu última imagen entrando lentamente por esa puerta de madera. Tu con tu mirada perdida sobre tus parpados y yo tratando de parecer un tipo fuerte, sin intenciones de llorar. Todos están rodeándome y tú no haces nada, a pesar de saber que me molesta que la gente este cerca mío. Suspiro. Esto no puede ser tan malo, pues tú presencia esta llena de calma y tus manos se cruzan en tu pecho como cuando dormías a mi lado. Pero ¿por qué no vienes a acompañarme? Están todos con los que alguna vez hablaste, con los que reíste, con los que hiciste más de alguna cosa. Todos vinieron a verte y tú no los recibes como antes. ¿Qué pasa contigo? Antes eras de esas personas que tenían las energías suficientes como para abrazar a mil ancianos y hacerlos felices, pero hoy ni siquiera tienes la fuerza para levantar una mano y decir un simple “hola”. Siento como el pecho se me aprieta lentamente, mientras tú te alejas y entras a ese caluroso cuarto. Tú ultima morada, dicen algunos, yo no lo creo. No me gusta la idea. Unas semanas atrás sonreías sobre mi cama, corrías, cantabas y hoy estas en silencio, yéndote sin palabras, llevándote lo único valioso que yo tenía: tu corazón. Lo sé, quizá no fui un buen tipo, pero qué demonios, uno debe aprender a amar por sobre todas las cosas, incluso los defectos más cruentos de un ser que ha dado todo por ti. Ha llegado el momento en que la puerta debe cerrarse para siempre. No puedo decir nada. Solo atino a acercarme a ti y besarte en la frente como la ultima vez que te vi, esa vez que furiosa tomaste todas tus cosas y me dijiste que me odiabas. Yo solo alcance a besar tu frente y mirar como te alejabas de mi lado para siempre, como lo estas haciendo ahora, lentamente, sin mirar atrás, dejando todos los recuerdos en un baúl que no se volverá a abrir nuevamente. ¡OH, Dios! No sé que hacer ahora. Me veo solo en este lugar y necesito de tu abrazo consolador que me decía siempre que no tuviera miedo de estar rodeado de desconocidos, pues de ellos yo iba a aprender cosas importantes para realizar mi vida. Pero ¿qué cosas? No alcanzaste a darme esa respuesta, tú que eras la mujer más sabia que conocía y hoy te la llevas contigo a tu sueño egoísta y eterno. Siempre, aunque lo negarás, te gusto estar rodeada de gente, como hoy. Hoy, hoy. Maldito sea el hoy. Quiero borrar este día triste de mi memoria. No quiero recordar tu rostro más pálido que de costumbre, tus manos quietas, tus ojos cerrados y tu sonrisa borrada de un golpe fulminante, tan duro, tan fuerte que te arrancó la vida de una vez por todas. No, no me digas que no querías esto, porque sé que te hubiese gustado estar acá, cuchicheando a mi oído, buscando fallas, riendo a pesar de que el lugar no lo permitiera, intentando tocar mi cuerpo tan sigilosamente que nadie percibiría que buscabas mi sexo solo por capricho, como diciéndole al mundo que mi ser te pertenecía y que podías disponer de él a cada instante, en cada lugar. Tu nunca me creíste, a Jim tampoco, pero el río nos dijo alguna vez que esto ocurriría y que debíamos estar preparados para cualquier cosa, pues las heridas del destino corren como el agua de su caudal sobre las piedrecillas que se mueven y se deforman en su fondo, para terminar perfectas en las manos de alguien que al fin los valore como tal. No vuelvas a decir que mi vida estaba destinada a estar contigo. No lo vuelvas a decir, mientras cierras esa puerta tras de ti, mientras los quejidos a mi alrededor crecen más y más, mientras un brazo se toma del mío, quizá para apoyarme o simplemente para no caer arrodillado, doblegado por el dolor. Los gemidos aumentan su volumen y tú te alejas más y más de nosotros. Mi pecho se contrae, mis ojos de una vez por todas se llenan de lágrimas y de mi garganta brota un doloroso sonido que no deja que escuche a los demás. Corro nuevamente tras de ti e intento convencerte para que no te vayas, que no huyas de mí, suplicante, humillándome frente a todos, pero qué me importan los demás, nunca me han importado y menos ahora, que veo como mi amor se transforma en solo una estela de humo que será llevada lejos por el viento a un lugar lejano en donde nadie volverá a verte. ¡Quédate, por favor! Te suplico nuevamente, pero en lugar de tu mirada recibo un halo de madera quemada. Es nuestro último baile, nuestro último encuentro.

Pero ¿por qué tiene que ser así? En fin, adiós, mujer de manos pequeñas y ojos grandes. Adiós, niña soñadora. Adiós, amor.
*Escrito en un momento de tristeza absoluta escuchando el tema "Funerale" de Banco del Muttuo Soccorso.

El Atardecer de los Muertos (Domingo en Valparaíso)


Los domingos en Valparaíso se asemejan a las antiguas películas de terror en las que los zombies invaden las calles de la ciudad, adueñándose de ellas y atacando al que se les atraviese, intentando saciar de una vez por todas esa hambre poderosa que los hace levantarse de sus tumbas. Y no es que Valparaíso se vea de la nada invadido por tales seres, al contrario, estos son los verdaderos dueños del oscuro cemento, desde el crepúsculo al amanecer. No es ni la bohemia ni el famoso misticismo de la noche porteña lo que los hace revitalizarse y llenarse de valor para acercarse a los comunes mortales para tratar de masticarles el cráneo para así degustar su delicioso cerebro. Es la sencilla soledad que inunda las calles del puerto al ocaso, en plena hora en que los espíritus atraviesan aquel portal delgado que los separan de este mundo infeliz, la que los invita a brotar silenciosos, llenos de vacío sonoro, agudos como el zumbido de las nubes oscuras, para así arrastrar sus extremidades hacía aquel incauto peatón que comete el error fatal de salir a comprar pan a esa hora de la tarde.