Friday, August 26, 2005

Alien



Estoy harto de los alienigénas que bailan sobre las tejas de mi casa. Son insoportables, sobretodo cuando se ponen a ensayar sus asquerosos pasos de flamenco. Un día los voy a matar, uno por uno, lentamente hasta eliminarlos a todos. Más encima yo sé que se burlan de mi a escondidas pues he escuchado como cuchichean atrás de las paredes. Los muy malditos ¿qué se creen?

Wednesday, August 10, 2005

Por las polainas del Teniente o los misterios de la divinidad alucinógena



Por las polainas del Teniente
O los misterios de la divinidad alucinógena

A Toshoka Mai Lovecraft

"El Señor obra de formas misteriosas", es lo que siempre me ha dicho mi abuela cada vez que algo malo ocurre en mi vida. Pronunció dichosa frase cuando mi novia me dejó, cuando mi perro se murió y cuando mi casa fue invadida por todos mis familiares que alegaban un trozo de mi vivienda. La cosa es que al final me tuve que ir y desde ese instante ando deambulando por esta bizarra ciudad.

Dentro de todo este vaivén, de ires y venires, me dispuse a caminar no de norte a sur sino de oeste a este. O sea, para explicarles a mis amigos que siempre han tenido problemas de orientación, de mar a cordillera. Tomé todo mi equipo respectivo compuesto de una brújula, un paquete de cigarros, una revista porno y unas botellas de vino. "El Señor obra de formas misteriosas", me repitió mi vieja pariente antes de darme un beso en la frente y bendecir mi partida.

Ya me encontraba algo retirado de la ciudad, mis piernas tambaleaban y mi garganta se negaba a beber un sorbo más de vino, pues el calor agobiante de la cordillera sólo hacía que mi cuerpo percibiera el sabor del agua. Ya con los labios resecos me vi en la obligación de sentarme un rato y cavilar. De pronto mi vista se posó sobre un cactús. "Estos vegetales, según mi libro de biología, en su interior poseen agua". Así que me dispuse a faenarlo de tal manera que mi ser pudiese beber su interior y evitar que sus puntiagudas espinas se ensartaran en mi rostro. Al beber el primer sorbo, recordé que en el mismo libro de biología decía que ciertos cactús tenían virtudes alucinógenas. Ignorando la forma y tamaño de aquellos especímenes, continúe mi ingesta del delicioso liquido.

Ya mi cuerpo se había recuperado de la potencial deshidratación que se venía. Me puse de píe y proseguí mi viaje. Luces extravagantes corrían a mí alrededor y siempre he sido un tipo que se deja llevar por las intuiciones, simplemente llamadas por mi gente como "tincadas". Así que me "tincó" seguir esas esferas luminosas tal como me lo indicaban. Por arriba de una roca, por el borde de un abismo, de cabeza por un río, saltando en una pata sobre piedras calientes y flotando dentro de una caverna cuya única particularidad era la gran cantidad de papel cagado en el suelo y un Cristo que lloraba con un termómetro en la mano.

Mientras mi cuerpo levitaba dentro de este cavernoso habitáculo pude percibir que un anciano me observaba desde un rincón. Me desconcentro, me caigo, duele, puteo, me paro. "¿Qué miraí, viejo de mierda?", lo increpé enojado. Sus ojos se abrieron y su boca realizó el mismo movimiento para terminar en una carcajada. "Me sorprende vuestra cólera" me dijo. "Llevo años viviendo solo en esta cueva. Mis alimentos son el musgo y los cactos que me rodean. Por lo que podrás observar, soy un ermitaño que ya ni siquiera recuerda quien es y porque vive en esta húmeda morada". Me fijé que sus ropas, ya roídas y gastadas, emulaban un antiguo traje militar color caqui. Un par de botas cuyas puntas se encontraban abiertas y se asomaban como dos niños curiosos sus pulgares. Su rostro era cadavérico y sus largas y blancas barbas denotaban que su presencia en estas inhóspitas tierras precedía a muchos otoños con sus respectivas primaveras.

Ya más calmo mi desplante puse atención a este ser. "Cuénteme, buen hombre, cual es su nombre y cual fue vuestra función en este mundo." Descorché una de mis botellas de vino y se la acerqué. Bebió un poco y comenzó a explicarme que no recordaba su nombre ni nada, pero que una extraña maquina le ha acompañado en su triste mundo de olvido y soledad. Me guió hasta un recoveco de la caverna y ahí en ese lugar vi, quizás invadido por el calor o por la ingesta de aquel líquido, lo que alumbró el camino y reveló la identidad de mi acompañante (la posible idea de su identidad). Allí estaba el Manuel Rodríguez, un avión, un Sánchez – Beza, con su gigantesco número 13 en cada una de sus alas. Esto me produjo cierta expectación, pues no quería asustar a mi interlocutor con mi revelación. Sin embargo, ya influenciado por el alcohol y por las voces que sentía dentro de mi cabeza, decidí lanzar el dardo sin anestesia. "Es usted el Teniente Bello, el mítico dios de los perdidos, faro de los forajidos, luz de los náufragos...". Un bofetón detuvo mi monólogo. "Deja de decir bobadas, incauto sicótico, que mi nombre ya no importa. Ya deje de ser aquel individuo que se recuerda por su extravío. Ya perdí mi identidad. Soy un ente que deambula por este paraje hostil en búsqueda de la verdad del alma. Ahora mi cuerpo es uno con mi nave que nunca quiso dejarme. Ya no soy un humano, soy un monstruo". Y comenzó a vibrar sobre su eje. Sus convulsiones eran acompañadas por sus gritos desesperados, mientras que el "Manuel Rodríguez" movió una de sus aspas y el motor acompañó los bramidos del Teniente con un rugido estruendoso. Yo observaba la situación horrorizado, por lo que no podía dejar de fumar ni beber vino. El viejo pedía ayuda mientras la maquina lo acercaba a su hélice que buscaba su rostro para destrozarlo. Intenté pararme y tratar de hacer algo, pero las luces extravagantes volvieron a mi lado y me alejaron del lugar, abandonando al anciano, el que era triturado por su única compañía por milenarios días. "El Señor obra de formas misteriosas" me dije, sin darme cuenta que las esferas luminosas me elevaban a gran altura y que mi cuerpo dejaba de ser tangible y se transformaba en una borrosa imagen de mí mismo.

Demetrio San Tiberio