
El otro día casi me corto el rostro. Me tropece con un cable y mi cabeza iba directamente hacia una vitrina de vidrio. Mi cabeza tenía como destino un panel de cristal que iba a romperse en mil pedazos (como la canción de Cristina y los subterraneos); y yo sin hacer nada solo asumir que mi cabeza se derramaría sobre los vidrios quebrados. Sangre, cicatrices, asco y miedo hubiesen sido el escenario de mi calvario. Al final, un trasero paro mi caida y la risa cubrió el drama que podría haberse desatado.
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